jueves, 16 de julio de 2020

Trabajo "Lazarillo de Tormes"

Esta actividad es a partir del Tratado 1. 

1-¿Por qué el protagonista se llama Lázaro de Tormes si es hijo de Tomé González y de Antonia Pérez?

2-¿Cuáles fueron las circunstan­cias de su nacimiento?

3-a-¿Cuántos años tenía Lázaro cuando acusaron a su padre de robar la harina de los costales?

    b-¿Qué consecuencias tuvo este acto para él y para su familia?

4-¿A qué ciudad se trasladó la madre de Lázaro? ¿Cómo conseguía su sustento?

5-a-¿Qué coincidencias y diferencias encuentras entre el padre de Lázaro y Zaide?

    b- ¿Quién se implica más con la familia?

6-Cuando Lazarillo nos cuenta su vida de pequeño dice:

 

“una tarde que estaba con nosotros Zaide, como el niño nos veía a mi madre y a mi tan blancos y a él tan negro, de miedo no quería ir con él. (…) Yo, aunque era un niño todavía, me di cuenta de lo que decía mi hermanito y pensé: ¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!”

 

a-¿Qué crees que quiere decir Lazarillo con esta última frase?

b-¿Crees que por el hecho de ser diferentes nos tenemos que alejar los unos de los otros?

c-¿Crees que actualmente pasan cosas como las que cuenta Lazarillo?

7-¿Cómo termina la aventura amorosa de la madre de Lá­zaro y el negro? ¿De qué vive la madre de Lázaro tras tener que separarse de Zaide?

8-a-¿Cómo acaba Lázaro sirviendo a un ciego?

    b-¿Qué quiere decir “servir” en el libro?

    c-Es el mismo significado que nosotros le damos a la palabra?

9-¿Cómo se ganaba la vida el ciego?

10-a- Lazarillo cuenta algunas burlas que hacía. Explica los engaños que hacía sobre:

      LA COMIDA

      EL DINERO

      EL VINO

 

     b- ¿Qué cosas le hizo el ciego a Lázaro para que le hiciera esas burlas?

 

11-Cuando el ciego descubre las burlas de Lazarillo:

a-¿Cómo lo trata?

b-¿Qué le hace?

12-Después de muchas aventuras Lazarillo decide dejar al ciego.

a-¿Por qué?

b-¿Cómo lo hace?


jueves, 9 de julio de 2020

Lazarillo de Tormes: Contextualización literaria y formal

1. LA AUTORÍA DE LA OBRA.

   El Lazarillo es, como se sabe, una obra anónima; y dada la importancia de la obra el problema ha interesado a la crítica. Si bien se ha atribuido la autoría a distintos autores (cabe citar a Diego Hurtado de Mendoza, poeta, historiador y famoso diplomático de la Corte de Carlos I) e incluso algunos estudiosos han planteado también la hipótesis de que el autor del Lazarillo fuese un converso descendiente de judíos. Sin embargo, aunque algunas de estas atribuciones se fundamentan en rasgos estilísticos de la obra o en su ideología, no hay en ningún caso pruebas concluyentes.

   Por otra parte la anonimia de la obra se puede explicar por las características de la misma. Su carácter crítico y polémico y la novedad que suponía presentar como protagonista a un marginado son razones que pudieron llevar al autor a ocultar su nombre.

 

   2. EL LAZARILLO: ¿PRIMERA NOVELA PICARESCA?

   Las primeras ediciones conocidas del Lazarillo se publicaron en 1554, en Burgos, Alcalá de Henares y Amberes, con el título de La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades.

   La obra supuso una ruptura total respecto a la narrativa vigente en la época y constituye para algunos críticos la primera muestra de uno de los géneros más originales de la literatura española: la novela picaresca.

   En el Lazarillo aparecen ya los elementos que caracterizarán al género hacia fines del siglo XVI y principios del XVII y que se refieren tanto a la figura del protagonista como a la técnica narrativa:

 vEl protagonista de la novela picaresca es el pícaro. Se trata de un ser marginal, origen innoble, que sirve a varios amos y cae en la mendicidad e incluso en la delincuencia.

   El pícaro es, en realidad, un antihéroe que no se mueve por altos ideales, sino solo por la necesidad de sobrevivir en un medio hostil. Entre sus características destacan el ingenio con que se desenvuelve en las más adversas situaciones y su falta de escrúpulos de orden moral. Su meta es el ascenso social, meta que a veces alcanza parcialmente para luego volver a caer en su primitivo estado (ver recuadro).

 vEn cuanto a la técnica narrativa, la novela picaresca se caracteriza por estar escrita como una autobiografía real,  en forma epistolar:

    La forma autobiográfica utilizada por el autor pretende crear en el lector la sensación de que se encuentra ante una historia real. Esta intención verista (de dar verosimilitud) es característica de la época y, como hemos dicho, está en consonancia con el gusto que los seguidores de Erasmo tenían por la literatura de carácter testimonial.

   La novela está construida en forma retrospectiva: el narrador protagonista, ya en la edad adulta, pasa revista a los episodios de su vida como pícaro, especialmente a aquellos que de algún modo explican su situación presente.

   .

      Las páginas del Lazarillo nos ofrecen una visión descarnada de la realidad española. Frente a la visión idílica del mundo que nos ofrecen ciertos géneros literarios del Renacimiento, la narración picaresca nos pone ante unos personajes de carne y hueso, cuya historia particular es un patético documento social.

   Lázaro se mueve en un mundo de miserias y dificultades; la sociedad le tiene reservado un lugar que perpetúa su condición marginal y de desheredado por la fortuna. No obstante, el tono de rebeldía y resentimiento que conlleva la actitud de Lázaro al contar su vida por extenso sirve para poner de manifiesto las contradicciones de una sociedad en crisis y de unos tiempos conflictivos.

Se ha discutido acerca de la intención crítica del autor del Lazarillo. En el prólogo, el propio Lázaro  nos da una clave sobre este aspecto cuando dice estas palabras:

 “Yo por bien tengo que cosas tan señaladas y nunca oídas ni vistas vengan a noticias de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade y a los que no ahondaren tanto les deleite.”

 

   El narrador sugiere, pues, dos lecturas: una de entretenimiento, y otra reflexiva, posiblemente crítica, que permita “hallar algo”.

   Prescindiendo de la intencionalidad del autor, en la novela se muestran, en forma irónica, vicios o modos de comportamiento de determinados grupos sociales. La crítica se centra en tres sectores: la mendicidad, la hidalguía y sobre todo la Iglesia, o por lo menos un sector de la misma.

   Es notoria la preocupación que hay en la obra por el tema religioso: no puede pasar inadvertida la alta proporción de clérigos que en ella aparecen, cuyo comportamiento está lejos del espíritu evangélico. La crítica anticlerical que ello encierra se ha querido explicar por ser el autor un judío converso, por ser erasmista, por ser escéptico… Lo cierto es que esta postura puede inscribirse dentro de las corrientes de reforma espiritual que surgen durante el Renacimiento.

   La obra se difundió en España hasta que en 1559 la Inquisición la prohibió, incluyéndola en el Índice Expurgatorio. En 1573, parece una versión expurgada bajo el nombre de Lazarillo castigado. Se le suprimieron dos tratados, el IV y el V (el del fraile de la Merced y el del buldero) y algunos trozos intercalados.

 

 

   3. EL CONTENIDO: LAS ADVERSIDADES Y EL “MEDIO”

Lázaro se mueve por dos motivos: la necesidad de comer y el afán de mejorar. Desde que su madre lo entrega a un ciego, Lázaro lucha contra las adversidades hasta que, ya adulto, logra, según él, el ascenso social que anhelaba mediante su matrimonio y su empleo como pregonero.

Las peripecias de Lázaro se enmarcan en un tiempo y en un espacio muy definido:

   vTIEMPO: Lázaro cuenta que su padre murió en la expedición a los Gelves (hubo una en 1510 y otra en 1520), cuando él tenía ocho años. El libro termina cuando el protagonista dice encontrarse “en la cumbre de toda buena fortuna”, el año en que el emperador Carlos I reunió Cortes en Toledo (1525 ó 1539).

   vESPACIO: Lázaro nace en Tejares (Salamanca), y su historia trascurre por lugares concretos y bien delimitados: Salamanca, Almorox, Escalona, Maqueda y Toledo. Tal es la España real en la que el pícaro sufre sus vicisitudes.

 

   4. LOS ESTILOS DE LA OBRA

   En las páginas del Lazarillo se nos muestra a su protagonista en dos momentos de su vida: Lázaro adulto y Lázaro niño.

   De acuerdo con esta distinción, se ha visto en la novela dos estilos que se corresponden con la intervención de uno u otro personaje:

 vEn la parte protagonizada por Lázaro adulto prevalece el estilo autobiográfico y subjetivo que se sirve, sobre todo, del recurso de la ironía.

 

 vEn la parte protagonizada por Lázaro niño, dominan las descripciones realistas y la narración de episodios divertidos.

   A la hora de elegir el lenguaje que debía utilizar en su obra, el autor del Lazarillo tuvo presente en lo expuesto en las retóricas, donde se establecía de forma precisa la lengua que debía utilizar un personaje de acuerdo con su condición social. Así lo entiende el propio Lázaro, quien en el Prólogo alude al “grosero estilo” en el que escribe. Por eso son frecuentes en la obra los refranes, las frases hechas, y los solecismos (incorrecciones lingüísticas), que, junto con el uso de los diminutivos y otros recursos coloquiales, dan a la novela su tono directo y realista.

 

   5. LOS PERSONAJES: EL PÍCARO

   El Lazarillo de Tormes es una novela de protagonista; esto quiere decir que toda la acción de la obra gira en torno a un personaje principal: Lázaro. Ahora bien, junto a Lázaro desfilan por la obra una nutrida muestra de personajes representativos de la España del siglo XVI.

   En la personalidad de Lázaro confluyen, para algunos críticos, todos los rasgos que definen la figura del pícaro:

 v Lázaro nace en un lugar humilde y su padre era ladrón. Se trata, por lo tanto de un personaje de baja extracción social.

 v La madre de Lázaro lo entrega como criado a un mendigo ciego. Desde entonces vive marginalmente en busca de mejor fortuna.

 v Sirve sucesivamente a varios amos.

 v El móvil de sus actos es matar el hambre; no se mueve por ideales.

 v Se desenvuelve con soltura en un medio hostil gracias a su ingenio y a la astucia que aprende de su primer amo, el ciego.

 v Practica la mendicidad y, aunque no cae en la delincuencia como otros pícaros de novelas posteriores, acepta sin ningún escrúpulo situaciones poco honrosas.

 v Intenta conseguir una cierta posición social, lo que no logra aunque él así lo crea.

 

   El personaje de Lázaro, a pesar de ser un original hallazgo, no fue creado de la nada por su autor. Entre la multitud de personas necesitadas existentes en España en aquellos años, buena parte eran niños que, como Lázaro, deambulaban por pueblos y ciudades mendigando e intentando buscar un amo al que servir para remediar su hambre. Esta figura real pasó al folclore, a veces con el mismo nombre de Lázaro.

  Personajes bien conocidos son también los que aparecen junto al protagonista:

 v La figura del ciego mendigo tiene una larga tradición, tanto real como literaria, que llega hasta nuestros días. El niño que frecuentemente acompaña a un ciego prestándole ayuda sigue denominándose hoy “lazarillo”.

 v Los personajes de condición religiosa, a los cuales se satiriza, son exponentes del estado de corrupción en el que vivía un sector del clero.

 v El escudero toledano ejemplifica el deseo de aparentar la honra, preocupación que compartieron muchos españoles de la época.

 

 

  6- ESTRUCTURA DE LA NOVELA

   Es posible distinguir en la novela dos estructuras o construcciones íntimamente ligadas:

   1. ESTRUCTURA EXTERNA

   Se basa en la definición que tantas veces se ha hecho de Lázaro como “mozo de muchos amos”.  De esta forma la novela contará en primera persona la vida de un mozo de servicio, que pasa de amo en amo, durante los años de adolescencia y juventud. Esto trae la introducción de una galería de personajes secundarios, cada uno en su ambiente característico. La novela logra así una doble motivación:

   a. Narrar la vida de Lázaro, y

   b. Dar una visión de la sociedad contemporánea mediante la descripción de tipos y costumbres, pero también con una intención satírica de los mismos.

 

   De esta forma, la obra se estructura en siete tratados, nos informa de nueve oficios cumplidos por Lázaro, los que significan nueve amos distintos.

   Estos nueve amos no tienen la misma importancia ya en lo que se refiere al lugar que ocupan en la novela, ya en la incidencia que tienen en la educación de Lázaro. En la medida que un amo incida en Lázaro, el autor le dará más o menos intervención en la novela.

   Hay, además, dos episodios que funcionan como apertura y clausura de la novela: uno al principio en que se nos informa el origen y vida familiar en la niñez, y otro al final en que se narra su asentamiento definitivo dado en su boda con la criada del Arcipreste.

   El autor tampoco se limita a pintar los amos y la relación que los une con Lázaro, sino que aprovecha la oportunidad para mostrarnos el ambiente que rodea a cada uno de ellos. Así nos muestra cómo actúa el ciego y el clérigo y las artimañas que utilizan en el cumplimiento de su oficio, pero también su comportamiento social y privado, las personas con que se vinculan, sus consejos y razones. Esto significa que cada personaje hace entrar en la novela un trozo de la realidad, que le es indispensable al autor para ambientar el carácter y el oficio del amo. Los datos de esa realidad no son cuantiosos, porque no olvidemos que lo fundamental para el autor es el personaje.

   2. ESTRUCTURA INTERNA

   Ella se basa en el mismo título de la novela: La vida de Lázaro de Tormes y de sus fortunas y adversidades. Esta estructuración se fundamenta en la narración autobiográfica que Lázaro dirige a una tercera persona: historia de amos y ambientes pero, por sobre todo, historia de su formación, de su educación en la escuela de la vida, única conocida por el protagonista. En este sentido, es muy concreta la afirmación que hace en el Prólogo en cuanto a narrar la historia completa: parecióme no tomarle por el medio sino por el principio, porque se tenga entera noticia de mi persona.

   De esta forma, los episodios y personajes cobran un valor distinto al que apuntábamos cuando vimos la estructura externa. Nos interesarán, no por ellos mismos, sino por la acción que ejercen sobre Lázaro, por su contribución a la creación de una personalidad, de una conducta, de una visión en lo que es el mundo y sobre todo, de cómo se debe actuar en él.

   Como elemento clave de esta estructura aparece desde el comienzo la vivencia del hambre, de un hambre física, irresistible, que nunca se sacia. Ella constituye el motor de la acción, ya que anima al protagonista, lo mueve a actuar. Como personaje, podemos afirmar que Lázaro existe en tanto está hambriento. Por esto, en cuanto el hambre disminuye, el personaje empieza a perder peso, a desaparecer.

   Desde este nuevo punto de vista en que nos ubicamos con el protagonista, podemos dividir la obra en dos partes claramente distintas. Una primera, que abarca la mayor parte de la novela, donde Lázaro ocupa el lugar más destacado. El hambre campea abiertamente. Sobre Lázaro recae toda la acción. Las burlas y tretas a que somete a sus diferentes amos para llegar a comer dan lo mejor de la novela. Esta parte abarca los tres primeros tratados, aquellos en que Lázaro es autor de los hechos, pero también donde es más visible el arte de narrar en el autor. Una segunda parte, es a partir del Tratado IV, en que se produce una modificación en la actitud de Lázaro. Deja de ser actor de la acción para pasar a simple testigo de la vida de los demás y en algún caso, Tratado VII, de su propia vida. La razón del cambio está en que el hambre quedó saciada y se inicia el segundo proceso, el engrandecimiento material y social de Lázaro. Un hecho que prueba el cambio lo tenemos en el Tratado cuarto, con el fraile de la Merced, donde no se menciona ya la palabra “hambre”, pero sí dice que de él recibió “los primeros zapatos que rompí en mi vida”. Otro paso lo tenemos en el Tratado VI donde el dinero ganado por Lázaro es empleado no para saciar su hambre sino para “me vestir muy honradamente”.

   En definitiva, a partir del Tratado IV hay un debilitamiento de Lázaro como personaje protagónico para ingresar al conjunto de los demás personajes. El designio del autor se ha cumplido: la formación ha terminado. “Ha pasado –como muy bien lo dice el crítico Ángel Rama– de opositor en ese mundo en el que vive a colaborador y luego a integrante” desde el momento que ha logrado un lugar en la sociedad como sus amos.

   En términos de ritmo narrativo, surge de todo lo anterior, que no es el mismo el del comienzo que el del final de la novela. La marcha de la acción es lenta al principio, acelerada después y por último desbocada.

 


Lazarillo de Tormes: Tratado Primero: Cuenta Lázaro su vida, y cúyo hijo fue

   Pues sepa Vuestra Merced,  ante todas cosas,  que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre; y fue desta manera: mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña, que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y,  estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí: de manera que con verdad me puedo decir nacido en el río.

   Pues,  siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó,  y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la Gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados.

   En este tiempo, se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre (que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho), con cargo de acemilero de un caballero que allá fue; y con su señor, como leal criado, feneció su vida.

   Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno dellos; y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas.

   Ella y un hombre moreno, de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana; otras veces, de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas,de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos.

   De manera que, continuando con la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que, estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía dél con miedo para mi madre, y señalando con el dedo decía: “¡Madre, coco!”. Respondió él riendo: “¡Hideputa!”

   Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí “¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!”

   Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo; y, hecha pesquisa, hallóse que la mitad por medio de la cebada que para las bestias le daban hurtaba; y salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacía perdidas, y, cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto.

   Y probósele cuanto digo y aun más, porque a mí con amenazas me preguntaban, y, como niño respondía y descubría cuanto sabía, con miedo: hasta ciertas herraduras que por mandado de mi madre a un herrero vendí. Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho Comendador no entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.

   Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia; y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana; y allí, padeciendo mil importunidades, se acabó de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban.

   En este tiempo, vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole como era hijo de un buen hombre, el cual por ensalzar la fe había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él le respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo, sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.

   Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos llorando, me dio su bendición y dijo:

   -Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto; válete por tí.

   Y ansí me fui para mi amo, que esperándome estaba.

   Salimos de Salamanca, y,  llegando a la puente, está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de tor, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y, allí puesto, me dijo:

   -Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro de él.

   Yo, simplemente, llegué, creyendo ser ansí; y, como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y dióme una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:

   -Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.

   Y rió mucho la burla.

   Parescióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba. Dije entre mí: “Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer.”

   Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, y como me viese de buen ingenio, holgábase mucho, y dicía:

   -Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos te mostraré.

    Y fue ansi, que después de Dios, éste me dio la vida, y, siendo ciego, me alumbró y adestró en la carrera de vivir.

    Huelgo de contar a Vuestra Merced estas niñerías para mostrar cuanta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos, cuánto vicio.

   Pues, tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, Vuestra Merced sepa que desde que, Dios crió el mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz. En su oficio era un águila: ciento y tantas oraciones sabía de coro; un tono bajo, reposado y muy sonable que hacía resonar la iglesia donde rezaba; un rostro humilde y devoto, que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer. Allende desto, tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parién, para las que estaban de parto; para las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien. Echaba pronósticos a las preñadas: si traía hijo o hija. Pues, en caso de medicina, decía que Galeno no supo la mitad que él para muela, desmayos, males de madre. Finalmente, nadie le decía padecer alguna pasión, que luego no le decía: “Haced esto, haréis estotro, cosed tal yerba, tomad tal raíz.” Con esto, andábase todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les decían creían. Déstas sacaba él grandes provechos con las artes que digo, y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año.

   Mas también quiero que sepa Vuestra Merced que, con todo lo que adquiría y tenía, jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi; tanto que me mataba a mí de hambre, y así, no me demediaba de lo necesario. Digo verdad: si con mi sotileza y buenas mañas no me supiera remediar, muchas veces me finara de hambre; mas con todo su saber y aviso le contaminaba de tal suerte que siempre, o las más veces, me cabía lo más y mejor. Para esto, le hacía burlas endiabladas, de las cuales contaré algunas, aunque no todas a mi salvo.

   Él traía el pan y todas las otras cosas en un fardel de lienzo, que por la boca se cerraba con una argolla de hierro y su candado y su llave, y al meter de todas las cosas y sacallas, era con tan gran vigilancia y tan por contadero, que no bastara todo el mundo hacerle menos una migaja. Mas yo tomaba aquella lacería que él me daba, la cual en menos de dos bocados era despachada. Después que cerraba el candado y se descuidaba pensando que yo estaba  entendiendo en otras cosas, por un poco de costura, que muchas veces del un lado del fardel descosía y tornaba a coser, sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan, mas buenos pedazos, torreznos y longaniza. Y ansí buscaba conveniente tiempo para rehacer, no la chaza, sino la endiablada falta que el mal ciego me faltaba.

   Todo lo que podía sisar y hurtar, traía en medias blancas; y cuando le mandaban rezar y le daban blancas, como él carecía de vista, no había el que se la daba amagado con ella, cuando yo la tenía lanzada en la boca y la media aparejada, que por presto que él echaba la mano, ya iba de mi cambio aniquilada en la mitad del justo precio. Quejábaseme el mal ciego, porque al tiento luego conocía y sentía que no era blanca entera, y decía:

   -¿Qué diablo es esto, que después que conmigo estás no me dan sino medias blancas, y de antes una blanca y un maravedí hartas veces me pagaban? ¡En ti debe estar esta desdicha!

   También él abreviaba el rezar y la mitad de la oración no acababa, porque me tenía mandado que, en yéndose el que la mandaba rezar, le tirase por el cabo del capuz. Yo así lo hacía. Luego él tornaba a dar voces, diciendo: “¿Mandan rezar tal y tal oración?”, como suelen decir.

   Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino cuando comíamos; y yo muy de presto, le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas turóme poco, que en los tragos conocía la falta, y, por reservar su vino a salvo, nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido. Mas no había piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga de centeno, que para aquel menester tenía hecha, la cual metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino, lo dejaba a buenas noches. Mas, como fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió; y dende en adelante, mudó propósito, y asentaba su jarro entre las piernas, y atapábale con la mano, y ansí bebía seguro.

   Yo, como estaba hecho al vino, moría por él; y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sotil, y delicadamente, con una muy delgada tortilla de cera, taparlo; y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos; y al calor della luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada. Espantábase, maldecíase, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo que podía ser.

   -No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues no le quitáis de la mano.

   Tantas vueltas y tiento dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido. Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando en el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía. Estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mí venganza y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada desto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima. Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos dél se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé.

   Desde aquella hora quise mal al mal ciego; y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y sonriéndose decía:

   -¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud.

   Y otros donaires, que a mi gusto no lo eran.

   Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales, considerando que a pocos golpes tales el cruel ciego ahorraría de mí, quise yo ahorrar dél; mas no lo hice tan presto, por hacello más a mi salvo y provecho. Y aunque yo quisiera asentar mi corazón y perdonalle el jarrazo, no daba lugar el maltratamiento que el mal ciego desde allí adelante me hacía: que sin causa ni razón me hería, dándome coxcorrones y repelándome. Y si alguno le decía por qué me trataba tan mal, luego contaba el cuento del jarro, diciendo:

   -¿Pensaréis que este mi mozo es algún inocente? Pues oíd si el demonio ensayara otra tal hazaña.

   Santiguándose los que lo oían, decían:

   -¡Mirá, quién pensara de un mochacho tan pequeño tal ruindad!

   Y reían mucho el artificio, y decíanle:

   -Castigaldo, castigaldo, que de Dios lo habréis.

   Y él con aquello nunca otra cosa hacía.

   Y, en esto, yo siempre le llevaba por los peores caminos, y adrede, por le hacer mal y daño, si había piedras, por ellas, si lodo, por lo más alto; que aunque yo no iba por lo más enjuto, holgábame a mí de quebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía. Con esto, siempre con el cabo alto del tiento me atentaba el colodrillo, el cual siempre traía lleno de tolondrones y pelado de sus manos; y,  aunque yo juraba no lo hacer con malicia, sino por no hallar mejor camino, no me aprovechaba ni me creía, mas tal era el sentido y el grandísimo entendimiento del traidor.

   Y, porque vea Vuestra Merced a cuánto se estendía el ingenio deste astuto ciego, contaré un caso de muchos que con él me acaecieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran astucia. Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gente más rica, aunque no muy limosner, arrimábase a este refrán: “Más da el duro que el desnudo.” Y venimos a este  camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteníamonos; donde no, a tercero día hacíamos San Juan.

   Acaeció que, llegando a un lugar que llaman Almorox, al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo dellas en limosna. Y, como suelen ir los cestos maltratados, y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano; para echarlo en el fardel tornábase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, ansí por no lo poder llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dijo:

   -Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas, y que hayas dél tanta parte como yo. Partillo hemos desta manera: tú picarás una vez y yo otra; con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mesmo hasta que lo acabemos, y desta suerte no habrá engaño.

   Hecho ansí el concierto, comenzamos; mas, luego al segundo lance; el traidor mudó de propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debría hacer lo mismo. Como vi que el quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aun pasaba adelante: dos a dos, y tres a tres, y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y, meneando la cabeza, dijo:

   -Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que has tu comido las uvas tres a tres.

   -No comí -dije yo-; mas ¿por qué sospecháis eso?

    Respondió el sagacísimo ciego:

   -¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.

    Reíme entre mí, y, aunque mochacho noté mucho la discreta consideración del ciego.

   Mas, por no ser prolijo, dejo de contar muchas cosas, así graciosas como de notar, que con este mi primer amo me acaecieron, y quiero decir el despidiente y, con él, acabar.

   Estábamos en Escalona, villa del duque della, en un mesón, y dióme un pedazo de longaniza que la asase. Ya que la longaniza había pringado y comídose las pringadas, sacó un maravedí de la bolsa y mandó que fuese por el de vino a la taberna. Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen decir, hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño, larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser echado allí. Y, como al presente nadie estuviese, sino él y yo solos, como me vi con apetito goloso, habiéndome puesto dentro el sabroso olor de la longaniza (del cual solamente sabía que había de gozar) no mirando qué me podría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero, saqué la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el asador; el cual, mi amo, dándome el dinero para el vino, tomó y comenzó a dar vueltas al fuego, queriendo asar al que de ser cocido, por sus deméritos, había escapado.

    Yo fui por el vino, con el cual no tardé en despachar la longaniza, y cuando vine, hallé al pecador del ciego que tenía entre dos rebanadas apretado el nabo, al cual aún no había conocido por no lo haber tentado con la mano. Como tomase las rebanadas y mordiese en ellas pensando también llevar parte de la longaniza, hallóse en frío con el frío nabo; alteróse y dijo:

   -¿Qué es esto, Lazarillo?

   -¡Lacerado de mí! -dije yo-. ¿Si queréis a mí echar algo? ¿Yo no vengo de traer el vino? Alguno estaba ahí, y por burlar haría esto.

   -No, no -dijo él-, que yo no he dejado el asador de la mano; no es posible.

   Yo torné a jurar y perjurar que estaba libre de aquel trueco y cambio; mas poco me aprovechó, pues a las astucias del maldito ciego nada se le escondía. Levantóse y  asióme por la cabeza, y llegóse a olerme; y como debió sentir el huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual él tenía luenga y afilada, y a aquella sazón, con el enojo, se había aumentado un palmo, con el pico de la cual me llegó a la gulilla. Con esto, y con el gran miedo que tenía, y con la brevedad del tiempo, la negra longaniza aún no había hecho asiento en el estómago; y lo más principal, con el destiento de la cumplidísima nariz, medio cuasi ahogándome. Todas estas cosas se juntaron, y fueron causa que el hecho y golosina se manifestase y lo suyo fuese vuelto a su dueño. De manera que antes que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió mi estómago que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra mal maxcada longaniza a un tiempo salieron de mi boca.

   ¡Oh, gran Dios, quien estuviera aquella hora sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del perverso ciego que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacáronme dentre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rascuñado el pescuezo y la garganta; y esto bien lo merecía, pues por su maldad me venían tantas persecuciones.

   Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis desastres, y dábales cuenta una y otra vez, así de la del jarro como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande, que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire contaba el ciego mis hazañas, que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía que hacía sinjusticia en no se las reír.

   Y, en cuanto esto pasaba, a la memoria me vino una cobardía y flojedad que hice, por que me maldecía, y fue no dejalle sin narices, pues tan buen tiempo tuve para ello, que la mitad del camino estaba andado; que, con solo apretar los dientes, se me quedaran en casa, y, con ser de aquel malvado, por ventura lo retuviera mejor mi estómago que retuvo la longaniza, y, no pareciendo ellas, pudiera negar la demanda. Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así que así.

   Hiciéronnos amigos la mesonera y los que allí estaban, y, con el vino que para beber le había traído, laváronme la cara y la garganta. Sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires, diciendo:

   -Por verdad, más vino me gasta este mozo en lavatorios al cabo del año que yo bebo en dos. A lo menos, Lázaro, eres en más cargo al vino que a tu padre, porque él una vez te engendró, mas el vino mil te ha dado la vida.

   Y luego contaba cuántas veces me había descalabrado y arpado la cara, y con vino luego sanaba.

   -Yo te digo -dijo- que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que serás tú.

   Y reían mucho, los que me lavaban con esto, aunque yo renegaba. Mas el pronóstico del ciego no salió mentiroso, y después acá muchas veces me acuerdo  de aquel hombre, que sin duda debía tener espíritu de profecía;y me pesa de los sinsabores que le hice, aunque bien se lo pagué, considerando lo que aquel día me dijo salirme tan verdadero como adelante Vuestra Merced oirá.

   Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejalle; y, como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que me hizo afirmélo más. Y fue ansí, que luego otro día salimos por la villa a pedir limosna, y había llovido mucho la noche antes; y porque el día también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo había, donde no nos mojamos; mas, como la noche se venía y el llover no cesaba, díjome el ciego:

   -Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia, acojámonos a la posada con tiempo.

    Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con la mucha agua iba grande. Yo le dije:

   -Tío, el arroyo va muy ancho; mas, si queréis, yo veo por donde travesemos más aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto.

   Parecióle buen consejo, y dijo:

   -Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados.

    Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saquéle debajo de los portales, y llevélo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre el cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y díjele:

   -Tío, este es el paso más angosto que en el arroyo hay.

   Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la priesa que llevábamos de salir del agua, que encima de nos caía, y lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme dél venganza), creyóse de mí y dijo:

   -Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo.

   Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y póngome detrás del poste, como quien espera tope de toro, y díjele:

   -¡Sús! Saltá todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua.

   Aun apenas lo había acabado de decir,cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás, medio muerto y hendida la cabeza.

   -¿Cómo, y olistes la longaniza y no el poste?  ¡Olé!  ¡Olé! -le dije yo.

   Y déjole en poder de mucha gente que lo había ido a socorrer, y tomé la puerta de la villa en los pies de un trote, y antes que la noche viniese, di conmigo en Torrijos. No supe más lo que Dios dél hizo, ni curé de lo saber.